El Congreso de Viena fue una importante reunión diplomática celebrada entre 1814 y 1815 en Viena, cuyo propósito era reorganizar Europa después de la derrota de Napoleón Bonaparte y restablecer el equilibrio de poder en el continente.
Congreso de Viena (Austria, octubre de 1814-junio de 1815)
El más destacado y el que mayor influencia ideológica tuvo fue el príncipe austriaco y canciller Klemens Von Metternich quien presidió las sesiones. Su propuesta que son considerados como los objetivos del Congreso de Viena fue la reestructuración del mapa político territorial de Europa y la restauración de las monarquías absolutistas derrocadas por Napoleón como la de Fernando VII en España y Luis XVIII en Francia, justificando para ello en el principio de legitimidad dinástica a través del derecho divino de los reyes.
Principios del Congreso
Tenemos por lo tanto que el Congreso de Viena se basó en el principio del legitimismo, donde se señala que el rey legítimo no debe de estar frenado por una constitución, porque su poder es de origen divino, para lo cual se apoyó en la tradición (religión, familia dinástica, monarquía, etc.) y el conservadurismo. Tomando en cuenta esto se consideraba ilegitima la soberanía nacional y la usurpación realizada por Napoleón que atentaba contra la propiedad legitima de los reyes.
Por ello el único método que quedaba era el de la represión violenta cuando se atente contra los derechos legítimos del Rey. Por ello para evitar esta situación se señalaba también que los conflictos se discutirían en los congresos con lo que se anulaba la guerra como árbitro de los conflictos.
Propósitos del Congreso
El Congreso de Viena buscó establecer un nuevo orden internacional para evitar cualquier brote de tipo revolucionario y evitar los conflictos entre las potencias. Así se organizó el sistema de la pentarquía a través del principio del equilibrio europeo entre las fuerzas de Inglaterra, Prusia, Rusia, Austria y Francia. Estableció la igualdad de derechos y rangos de las cinco grandes potencias, evitando la hegemonía de un solo Estado sobre Europa. También se dio la reestructuración del mapa político europeo, donde Inglaterra fortalecía aún más su hegemonía marítima conservando la posesión de Gibraltar y de la isla de malta en el Mediterráneo.