El siglo XIX fue testigo de transformaciones significativas en el pensamiento político, caracterizadas por el advenimiento y establecimiento de varias ideologías que moldearon la política y la economía de su tiempo, y cuya influencia persiste en la actualidad. Alguna de esas corrientes fueron el conservadurismo, el socialismo y el liberalismo.
Pensamiento político del siglo XIX
Aquí tienes un resumen de los principales enfoques y características del conservadurismo, el socialismo, el liberalismo y el nacionalismo, como se desarrollaron y manifestaron durante el siglo XIX:
Conservadurismo
El conservadurismo buscaba mantener el orden establecido, pues era contrario a todo cambio radical. Seguía la línea trazada por Edmund Burke (1729- 1797) en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia. Esta obra, publicada en 1790, insistía en que el Estado y el pueblo eran producto de un crecimiento imperceptiblemente lento, natural y orgánico, y que todo cambio radical basado en una teoría general era autodestructivo.
En el campo de la política práctica, sin embargo, no era tan fácil predicar y practicar el conservadurismo, especialmente después de la caída del estadista austriaco Metternich (1773-1859) durante la revolución de 1848. Hostil a cualquier cambio, ni siquiera para impedir transformaciones aún más radicales, Metternich se vio obligado a refugiarse en Inglaterra. }
La caída de Metternich fue uno de los factores que animaron al primer ministro británico, el hábil Benjamin Disraeli (1804-1881), a presentar al país la Second Reform Bill. En Alemania, Otto von Bismarck (1815-1898) introdujo el sufragio universal y una restringida legislación social: y, en Francia, Napoleón III (1808 -1873) se comprometió en una vía parecida.
Liberalismo
El liberalismo es una filosofía política orientada a la salvaguardia de la libertad del individuo, justificación última de la sociedad política. Esta libertad individual no puede depender de la decisión exclusiva del rey, que tendría facultad de revocarla; por eso, el titular último del poder es el pueblo.
El poder popular, o la soberanía nacional –que es la expresión utilizada–, implica la limitación de las facultades de los reyes mediante constituciones, en las cuales se consignan las garantías de los ciudadanos y la división de los poderes, que nunca deben estar concentrados.
En este sentido, el rey reina pero no gobierna. El derecho a legislar corresponde únicamente a los parlamentos y los ciudadanos no están obligados a cumplir más que lo que las leyes disponen, conforme a la interpretación que de ellas hacen jueces independientes. Así, los parlamentos se convierten en el eje de la vida política. Esta doctrina política rechaza cualquier exceso de poder.
Nacionalismo
El concepto es complejo y parece tratarse de un sentimiento más que de una doctrina racionalmente elaborada. En todos los pueblos europeos, y con mayor fuerza en los oprimidos, se suscita la conciencia de pertenecer a una comunidad ligada por una herencia común de lenguaje y cultura unidas por vínculos de sangre y en una especial relación con el suelo de la patria, cultura, raza o grupo étnico, ámbito territorial, que confluyen en la idea de nación.
El término “nación” proviene del latín nasci y etimológicamente se refiere a un grupo humano o a un conjunto de hombres nacidos en el mismo lugar. Varios elementos integran la nación en el pensamiento de los revolucionarios del segundo tercio del siglo XIX:
Autodeterminación política: El gobierno que dirige al grupo étnico ha de estar libre de cualquier instancia exterior. Las nacionalidades que no posean un gobierno surgido de la propia vida interna y que estén sujetas a las leyes que les hayan sido impuestas desde el exterior se han convertido en medios para los propósitos de otros.
Peculiaridad cultural y lingüística: La creencia de que el pueblo se identifica en una lengua, más que en un conjunto de rasgos anatómicos, fue subrayada por estos intelectuales al afirmar que la obra creadora solo puede realizarse en el “propio lenguaje”.
Pureza étnica: En los teóricos más exaltados se propende a rechazar la fusión de los pueblos con argumentos biológicos de pérdida de fuerza y mesiánicos de superioridad.
Socialismo
A fines del siglo XVIII, e inicios del siglo XIX, nació en Europa el socialismo utópico, cuyos representantes (Robert Owen, el Conde de Saint-Simon y Charles Fourier) buscaron infructuosamente el mejoramiento de las condiciones de vida del obrero. Pero, sin duda, el más importante esfuerzo llevado a cabo en este mismo sentido corrió a cargo del socialismo científico, nacido a mediados del siglo XIX gracias a la labor intelectual de Karl Marx y Friedrich Engels.
Ellos postularon la necesidad de un frente internacional de trabajadores obreros, tan fuerte que fuera capaz de llevar a cabo la revolución proletaria que, bajo la llamada dictadura del proletariado, llevaría adelante una profunda transformación en la sociedad –sobre todo en la dimensión económica– que ninguna revolución liberal había podido lograr hasta entonces.
Los socialistas fueron influyendo en la vida política de sus diferentes países gracias a las elecciones democráticas en las que participaron. De esta forma es que aparece el socialismo político que, siguiendo las ideas de los “revisionistas” alemanes, pugnaban por obtener ventajas sociales, pero, dentro del orden político establecido, sin tratar de llegar a la soñada revolución proletaria. Esta misma tendencia fue seguida por los partidos socialistas franceses y laboristas ingleses en los primeros años del siglo XX.
En definitiva, el conservadurismo, el socialismo, el liberalismo y el nacionalismo abarcan diversas corrientes y enfoques, cada una con sus propias características y matices.