Los cambios ocurridos desde el siglo XVIII provocaron el surgimiento de diversas corrientes del pensamiento político las cuales podían ser opuestas una a la otra como complementarias.
Pensamiento Político del siglo XIX
Conservadurismo
Sus bases doctrinarias se hallaban en la Restauración impulsada por el Congreso de Viena y la Santa Alianza. Buscaba mantener el orden establecido siendo contrario a todo cambio radical, impulsado por el socialismo y el liberalismo aunque si aceptaba cambios moderados. Defendió el principio de legitimidad que era el derecho que tenían los reyes de acuerdo con las leyes o tradiciones a la sucesión monárquica. La monarquía como institución se encuentra por encima de lo que decidan los ciudadanos en un momento determinado mientras que en el orden religioso la Iglesia es una autoridad infalible, unidas así monarquía e Iglesia constituyen el gran baluarte frente a las arremetidas revolucionarias. Representantes importantes fueron el príncipe Klemens von Mettemich (Austria) y Edmund Burke (Inglaterra).
Liberalismo
El liberalismo es una filosofía política orientada a la salvaguardia de la libertad del individuo, justificación última de la sociedad política. Esta libertad individual no puede depender de la decisión exclusiva del rey, que tendría facultad de revocarla; por eso, el titular último del poder es el pueblo.
El poder popular, o la soberanía nacional –que es la expresión utilizada–, implica la limitación de las facultades de los reyes mediante constituciones, en las cuales se consignan las garantías de los ciudadanos y la división de los poderes, que nunca deben estar concentrados.
En este sentido, el rey reina pero no gobierna. El derecho a legislar corresponde únicamente a los parlamentos y los ciudadanos no están obligados a cumplir más que lo que las leyes disponen, conforme a la interpretación que de ellas hacen jueces independientes. Así, los parlamentos se convierten en el eje de la vida política. Esta doctrina política rechaza cualquier exceso de poder.
Socialismo
A fines del siglo XVIII, e inicios del siglo XIX, nació en Europa el socialismo utópico, cuyos representantes (Robert Owen, el Conde de Saint-Simon y Charles Fourier) buscaron infructuosamente el mejoramiento de las condiciones de vida del obrero. Pero, sin duda, el más importante esfuerzo llevado a cabo en este mismo sentido corrió a cargo del socialismo científico, nacido a mediados del siglo XIX gracias a la labor intelectual de Karl Marx y Friedrich Engels.
Ellos postularon la necesidad de un frente internacional de trabajadores obreros, tan fuerte que fuera capaz de llevar a cabo la revolución proletaria que, bajo la llamada dictadura del proletariado, llevaría adelante una profunda transformación en la sociedad –sobre todo en la dimensión económica– que ninguna revolución liberal había podido lograr hasta entonces.
Los socialistas fueron influyendo en la vida política de sus diferentes países gracias a las elecciones democráticas en las que participaron. De esta forma es que aparece el socialismo político que, siguiendo las ideas de los “revisionistas” alemanes, pugnaban por obtener ventajas sociales, pero, dentro del orden político establecido, sin tratar de llegar a la soñada revolución proletaria. Esta misma tendencia fue seguida por los partidos socialistas franceses y laboristas ingleses en los primeros años del siglo XX
Anarquismo:
Surgido a partir del socialismo con una posición más radical, se oponían a todo tipo de organización impuesta a la población por ello exigían la abolición del Estado y de toda forma de autoridad que atentaban contra la libertad. Señalaba que los hombres eran todos iguales y que podían autogobernarse por si mismos sin necesidad de autoridades, leyes o formas de control a través de comunas autónomas libres y autogestoras donde la propiedad seria colectiva. Entre sus representantes se encuentran Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), Mijail Bakunin (1814-1876, es considerado el padre del anarquismo), Piotr Kropotkin (1842-1921).
Nacionalismo:
Se fundamenta en los principios de la soberanía nacional (la nación es la base legitima para el Estado) y autonomía (cada nación debe formar su propio Estado, donde las fronteras del Estado deben de coincidir con la nacionalidad), los cuales eran expresiones de la libertad. Se entendía por nación al conjunto de personas que habitan un territorio con vínculos culturales comunes como raza, idioma, origen, historia, religión, etc. lo cual se contraponía a las fronteras artificiales creadas por las monarquías. La nación fue impulsada por la creación de la burguesía para unificar a las diversas comunidades en torno al Estado y fortalecer su poder. Representantes importantes fueron Giuseppe Mazzini y Guiseppe Garibaldi.