La Compañía de Jesús fue fundada por San Ignacio de Loyola (1491-1556 d. C.) y destacó en la defensa y difusión de la espiritualidad y de la doctrina del Concilio de Trento.
Compañía de Jesús
Para la consolidación de la política de defensa de los intereses de la Iglesia, fueron creadas nuevas órdenes. La Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola en 1539 y reconocida por el Papa Pablo III en 1540, se constituyó en uno de los más eficaces instrumentos en la lucha contra el protestantismo, siendo una especie de tropa de choque de los gobernantes europeos para recatolizar sus territorios.
San Ignacio de Loyola
Sus miembros tuvieron una esmerada selección y formación intelectual y espiritual, tuvo un cariz elitista. Estuvo regido por un gobierno rígidamente jerarquizado, organizado, disciplinado, obediente, autoritario en la que el poder de forma absoluta e ilimitado se confiaba a un Superior General, fue una organización de combate. Desarrollaron un tipo de espiritualidad moderna que se plasmo en los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola publicado en 1548, el cual es un libro sobrio, como un reglamento militar, cuya finalidad consiste en adiestrar el alma, una especie de manual práctico de táctica espiritual de meditación religiosa.
Creación de la orden de los Jesuitas
La actividad de los jesuitas fue verdaderamente notable en todos los territorios de la vida eclesiástica. Actuaron a través de las misiones diplomáticas para la Santa Sede, enseñando en las universidades, misioneros en África, Asia y América, asesores teológicos en el Concilio tridentino. Convencidos de la enorme importancia social de la educación y de la instrucción pública, los jesuitas fundaron colegios e instituciones dedicadas a la instrucción tomando como modelo el Colegio Romano abierto en 1551.
En estos centros la línea pedagógica iba dirigida esencialmente a la preparación de los futuros dirigentes políticos. Así fue como se ampliaría de forma gradual la influencia ejercida por los jesuitas en la vida política y cultural, dando una nueva impronta a la formación de los grupos dirigentes, entre los que intentaron conseguir una amplia y profunda penetración como confesores y consejeros espirituales. A los colegios se unieron las misiones como instrumentos del proselitismo jesuítico popular en especial en América y Asia donde tuvieron una posición de casi monopolio de la actividad evangelizadora.
Además de los jesuitas, la tarea reformadora de la Iglesia católica, se manifestó en la creación de otras órdenes o congregaciones religiosas dedicadas a la evangelización, la educación y las obras piadosas, como los hospitalarios, las ursulinas, los oratorianos, los capuchinos, los teatinos y los paulistas.