Las ideas revolucionarias, sofocadas en Viena en 1815, afloraron tenazmente hasta conseguir el triunfo del liberalismo político. Paralelamente, en la segunda mitad del siglo el nacionalismo logró éxitos fundamentales con las unificaciones de Italia y Alemania.
Revolución burguesa de 1830 y 1848
La Revolución de 1830 y 1848 fueron movimientos liberales y nacionalistas que aparecieron en Europa occidental como fruto de la misma situación: generalización de las ideas liberales, la lucha de la burguesía por el poder político y la coyuntura favorable, gracias a las crisis económicas que favorecieron el descontento y la insurrección. Sin embargo no tuvieron el mismo sentido en todos los Estados, en unos dominó el carácter político y en otros el nacionalista.
La Revolución de 1830
Tuvo como escenario principal a Francia, y se llevó a cabo contra el autoritarismo de Carlos X. Las sociedades patrióticas suscitaron la agitación popular y llevaron la revolución a las calles mediante las «jornadas revolucionarias».
Fue la alta burguesía la que se hizo con la situación e impuso el sistema conservador a Luis Felipe de Orleáns, el rey burgués. En Bélgica la revolución tuvo tintes nacionalistas que condujeron a la independencia del país del dominio holandés.
La Revolución de 1848
Se ha llamado al movimiento de 1848 la «primavera de los pueblos»; en pocas semanas Europa fue sacudida por una oleada revolucionaria que combinaba los ideales liberales y democráticos con los nacionales.
En Francia esta revolución derrocó a Luis Felipe de Orleans y estableció la Segunda República. Pero las aspiraciones populares eran tan poderosas que la burguesía tuvo que reprimirlas violentamente tras las barricadas de julio en París, y con una política de fuerza que culminó con la coronación de Luis Bonaparte, sobrino nieto de Napoleón, como emperador en 1852, iniciando el llamado Segundo Imperio (1852-1871) con el nombre de Napoleón III.