Alguna vez te has preguntado: ¿Por qué tenemos hambre? o ¿Cómo sabemos cuando tenemos hambre?. Tranquilo, en este artículo te lo contamos todo.
¿Por qué tenemos hambre?
Para responder a la pregunta del por qué tenemos hambre es necesario analizar la conducta humana y las señales fisiológicas que la acompañan. Y es así como se originan otras interrogantes, para tratar de responderlas nos centraremos en 4 aspectos fundamentales.
Evolución
A lo largo de la historia de la especie humana, aquellos individuos que desarrollaron unas correctas señales de hambre y saciedad, tuvieron mejores resultados en relación a la nutrición. Esto derivó en individuos más saludables y con mayor éxito reproductivo. Por lo tanto, las señales de hambre se conservaron y mejoraron en el transcurso de las generaciones.
Funcionalidad
La utilidad de las señales de hambre es evidente, ya que nos ayudan a saber cuándo hay que ingerir alimentos que aporten la energía que necesitamos para llevar a cabo nuestras funciones.
Ontogenia
La ontogenia hace alusión a todo aquello que ocurre durante el desarrollo de un ser vivo. Implica todos los procesos que afectan a su aprendizaje y a su conducta final. Esto puede significar que un individuo, a pesar de pertenecer a una especie en la que las señales de hambre se han preservado en la evolución y son funcionales para el individuo, cada uno desarrolla modificaciones en esas señales según su experiencia vital.
Mecanismos fisiológicos
El hecho de poder sentir hambre, a pesar de la ontogenia, evolución y funcionalidad de estas señales, depende de unos mecanismos fisiológicos que envíen esas señales a nuestro cerebro.
¿Cómo sabemos cuando tenemos hambre?
La clave de la regulación del apetito se encuentra en las neuronas anorexigénicas y orexigénicas que nos darán saciedad y hambre respectivamente según las señales que reciba el hipotálamo del organismo. Compréndelo detalladamente:
Las señales de hambre y saciedad se regulan en varios núcleos del cerebro. Por un lado está el hipotálamo en el que encontramos dos regiones: la medial para la regulación de la saciedad y la lateral para el hambre. Pero la clave se encuentra en el núcleo arcuato.
En este centro se regula el apetito a través de dos tipos de neuronas: las orexigénicas, involucradas en las señales de apetito, y las anorexigénicas, que median en las señales de saciedad.
Después de comer, el estómago sufre una distensión y esto va a hacer que se liberen sustancias en las paredes estomacales que llegan al cerebro para avisar a través del nervio vago. Esto produce que las neuronas anorexigénicas generen proopiomelanocortina, que llega a la región del núcleo medial del hipotálamo a la vez que inhiben el lateral para prevenir la sensación de hambre.
¿Qué sucede en nuestro cuerpo cuando estamos mucho tiempo sin comer?
Cuando estamos mucho tiempo sin comer, en el estómago se libera grelina, una sustancia que viaja por la sangre y llega al cerebro para avisar a ese núcleo arcuato y estimular a las neuronas orexigénicas, que sintetizan el llamado péptido G que inhibe a las neuronas anorexigénicas. Todo este proceso estimula al área lateral del núcleo arcuato que va a emitir finalmente la señal de hambre.
Factores que regulan el hambre y la saciedad
Existen otras cuestiones que interfieren en este proceso. Los adipocitos, que son las células del cuerpo dedicadas a almacenar grasa. Estas producen una hormona llamada leptina, que no tiene un efecto inmediato como la grelina u otras sustancias que interfieren en las señales de saciedad y apetito. Pero la acumulación de grasa de forma prolongada produce una liberación a largo plazo de esta hormona, destinada a avisar al cerebro de que contamos con reservas más que suficientes de grasa y, por lo tanto, modular así el hambre.
Por otro lado, cuando comemos, estamos ingiriendo glucosa con los alimentos. El metabolismo de la glucosa es fundamental en las señales de apetito ya que esta es la energía favorita de nuestras células.
Cuando la glucosa llega a nuestro organismo, se produce insulina para ayudar a que esta entre en las células. Esta elevación en los niveles de insulina es detectada también en el núcleo arcuato para estimular a las neuronas anorexigénicas y dar lugar a una señal de saciedad.
Como mecanismo opuesto, los niveles de glucosa también pueden mediar en las señales de hambre. Cuando el cerebro detecta bajos niveles de glucosa en sangre, esto puede ser indicativo de que llevamos mucho tiempo sin comer. Es por esto que los niveles bajos de glucosa activan también los mecanismos que hemos visto de señales de hambre.
¿Qué pasa con mi cerebro si consumo mucha glucosa?
Cuando el cerebro se acostumbra a registrar alimentos con niveles de glucosa elevados (harina, azúcares, etc.) de forma habitual, los archiva como el nuevo nivel ideal de glucosa. Cuando esto ocurre, por poco que bajen los niveles de glucosa a media mañana de ese máximo, el cerebro los detectará como escasos y emitirá señales de hambre.
Es por esto que si desayunamos unos cereales azucarados con leche y colacao con más azúcar, a pesar de tener energía y calorías suficientes para no volver a comer hasta el mediodía, a media mañana cuando bajan los niveles de azúcar después de ese gran pico, el cerebro nos envía señales de que necesita comer.